Leon Chestov Pt. III: Nietzsche


«…allí donde, según la convicción general, no podía haber más que tinieblas y caos… puede que en aquella región cada hombre subterráneo valga tanto como el universo entero, y es allí, tal vez, donde los hombres de la tragedia encontrarán lo que venían buscando…»

Continuamos con el análisis de La filosofía de la tragedia, esta vez centrado en Nietzsche. Humano, demasiado humano fue, para él y para su obra, el punto de inflexión. Nietzsche, al igual que Dostoievski, comenzó siendo un romántico, un idealista. Sin embargo, para ver hasta qué punto rompió Nietzsche con su pasado basta decir que fue con HdH que Wagner decidió romper toda relación con él. No tuvo intención, siquiera, de darle explicaciones. Estaba enamorado del arte, las imágenes poéticas y los conceptos filosóficos. Nietzsche intentó preservar y convivir con esos ideales. Pero le fue imposible llevar consigo tal acto hipócrita. Y así, de pronto, abandonó todos los antiguos ídolos y enfrentó el mundo en la más absoluta soledad.

Nietzsche, en su pasada devoción al romanticismo, había apoyado su pensamiento en grandes ideas. Ahora se deshace de todo y empieza a pensar por sí mismo, desde el presente; es decir, desde la nada. Aunque no es del todo acertado –ni consecuente- afirmar la nada. Nietzsche, decíamos, se apoya en el presente, y ese presente está lleno de sufrimiento: su enfermedad por un lado, y recuerdos humillantes por otro.

«Aquél que pueda adivinar aunque tan sólo sea parcialmente a qué consecuencias conduce toda sospecha profunda, aquél que conozca el frío y el horror de la soledad a la cual nos condena toda concepción del mundo completamente diferente de la generalmente admitida, ése comprenderá también cuán a menudo, para curarme de mí mismo, para olvidarme de mí mismo, aunque tan sólo fuese por un instante, me vi obligado a buscar refugio en alguna veneración, en el odio, en la ciencia, en la ligereza de espíritu, en la imbecilidad; y porque, en los casos en que no encontraba listo lo que yo necesitaba, me lo creaba artificialmente y me permitía falsificar e inventaba (¿hacen acaso otra cosa los poetas? ¿y, en general, por qué existe el arte?)”

Siguiendo con el capítulo anterior –parte II-, ¿vale la pena el esfuerzo, la dedicación, los sufrimientos en pos de grandes ideales para conducir a la Humanidad entera hacia algo sólo imaginado? ¿Vale la pena, decimos, si nosotros no nos salvaremos, es decir, si no sobreviviremos para ser parte de ella, para verlo siquiera? Esto a Nietzsche “le parecía monstruoso por lo estéril, ya que no podía conducir sino a la destrucción, a la negación y al nihilismo completo” (FT, 184). Y es que, en palabras del propio Nietzsche –palabras que el Lobo de Mar le hace ver a van Wayden en la obra de Jack London-, “la vida no puede hacer otra cosa que tomarse a sí misma como fin y medida de todas las cosas”. La conciencia de la finitud agrava aún más la voluntad de pervivencia de toda vida humana. Saberse individual, única y limitada, la hace quererse a sí misma aún más y, al mismo tiempo, odiar a la humanidad entera.

“El sufrimiento quiere conocer las causas, en tanto que el placer se inclina a volverse hacia sí mismo, sin mirar atrás”

Dice Chestov que todos comenzamos a andar por el camino del conocimiento de una manera positivista y evitando a toda costa cualquier tipo de sufrimiento. Pero llega un momento en que esta tarea –la de evitar el sufrimiento- se vuelve estéril, el dolor se filtra por todos los poros, y la verdad positiva se nos revela del todo incapaz para acogerlo entre sus límites. Solo cuando con el sufrimiento llega la tragedia, sólo cuando nos asalta el imperativo “conoce o muere”, empezamos a conocer realmente y no sólo como un mero juego intelectual o por hábito. Dirá Nietzsche: “En tanto que las verdades no tajen nuestra carne como cuchillas, guardaremos hacia ellas una actitud desdeñosamente reservada”.

Tanto Nietzsche como los personajes de Dostoievski se han alejado de esas verdades objetivas e inocuas que, valga la redundancia, tan alejadas están de quien piensa. Por eso Nietzsche y los personajes de Dostoievski gritan, porque las auténticas verdades les cortan como afiladas cuchillas. Recordemos, no en vano, cómo Nietzsche cuenta ese instante en la Engandina cuando le sobrevino el pensamiento del “eterno retorno”: “lo atravesó de pronto, cual relámpago” (FT, 223). Fue el pensamiento más aterrador y sintió que lo estrangulaba; es el pensamiento abismal por excelencia. Y así es representado, como serpiente, en el Zaratustra.

Nietzsche fue otro desde entonces –como le sucedió a Dostoievski- pero, ¿qué puede tener valor en un pensamiento que aniquila cualquier rastro de esperanza? Llegamos aquí a una paradoja fundamental. Parece que la esperanza de una vida mejor, o una vida ideal, puede hacer más llevaderos los sufrimientos y humillaciones tanto del pasado como del presente. Pero tal como atestiguan los personajes de Dostoievski, el futuro ideal de la Humanidad no me salva de estos sufrimientos. Es más, saber que puede darse tal futuro ideal y libre de sufrimientos a costa del mío propio no me causa otro sentir que el odio a la Humanidad entera y el desasosiego de esta vida trágica. Es aquí donde ese pensamiento del “eterno retorno” le infunde fuerzas a Nietzsche. Desde el momento en que Zaratustra sabe eso (Así habló Zaratustra: “El otro canto de la danza”), el eterno retorno “lo reconcilia con el sufrimiento y le enseña a amar la realidad más que la sabiduría” (FT, 226).

En el mundo de la esperanza en el futuro ideal yo no soy más que un instante que ni siquiera me pertenece y mi sufrimiento será moneda de cambio para una humanidad todavía por venir. Pero la eternidad del retorno, como en la novela de Kundera, acaba dándole el peso necesario a ese mi sufrimiento, mi tragedia.

“El orden y la armonía (nos) aplastan” porque en tanto moral y ciencia natural, son el recordatorio de que nuestra presencia es un medio para utópica humanidad futura. Por eso los personajes de Dostoievski –en Notas del subsuelo, por ejemplo- gritan contra la necesidad del 2+2 y de todo imperativo moral, tal como también grita Nietzsche. Reclaman su vida como un fin, y que su ineluctable sufrimiento sea solo y eternamente de ellos y no de aquellos que, en un historia teleológica, llegarían a transformar todo sufrimiento pasado en dicha y gloria.

Para llegar hasta aquí hace falta que se nos imponga el “conoce o muere”, pues “sin el presidio del uno (Dostoievski) y la enfermedad del otro (Nietzsche), no se hubieran percatado de que estaban encadenados de pies a cabeza, tal como no se percatan de ello la mayoría de los humanos” (FT, 237). Tanto Nietzsche como Dostoievski fueron  empujados desde su encadenamiento impuesto por las leyes naturales –que actúan como dioses todo-poderosos- hasta ese punto de inflexión. “El ‘carácter’ no nos sirve, pues, para nada aquí; y si existen dos morales, no son la moral de los amos y la de los esclavos, sino la moral de la existencia trivial, ordinaria, y la moral de la tragedia

“Las leyes de la naturaleza, el orden, la ciencia, el positivismo y el idealismo son para él garantías de desgracia; en los horrores de la vida ve, por el contrario, una garantía de porvenir. Tal es el principio de la Tragedia”

2 comentarios el “Leon Chestov Pt. III: Nietzsche

  1. marcelo dice:

    la humanida esta muy gozadora y no quiere y no esta capacitada para administrar el dolor el dolor esparte de nuestro crecimiento el dolor debemios vivirlo sin ningun tapujo solo sufrir y luego volver a nacer pero cuando los toca sufrir nuetros cuerpor y almas no estan capacitado para resolver le terror del umbral del dolor. pero esta escrito es una sensacion mas que la humanidad debe tener en su ADN adios

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